Luz
Era su noche. Frente a la casa donde nació, delante de un público que multiplicaba por tres el número de habitantes de Boimorto, Luz desplegó su artillería más valiosa. Subió las escaleras que dan al escenario y todas las miradas se centraron en ella. Y entonces las tenazas en el estómago, la emoción sostenida, el peso de la responsabilidad y los recuerdos. No era un concierto al uso, nunca lo es para alguien que integra profesión y vida como un mismo elemento. «Tengo muchísimas cosas que decir, pero no me sale ninguna». Una ovación como respuesta: todos la comprendían.
Así que cantó. Como siempre, que en el caso de Luz quiere decir de un modo distinto cada noche. Convirtió la voz en una confesión descarnada, en un grito entre la batería y el cuero, en una herramienta al servicio de canciones cuya vigencia resulta incontestable. Una vez conducido el torrente emocional, habló: «Mis raíces están en la tierra que pisáis. Me habéis hecho feliz».
Ha ofrecido conciertos en China y en Bahrein, en el Olympia de París y en la Acrópolis de Atenas. Posee las mayores distinciones artísticas de Francia, donde ningún otro cantante español ha logrado su repercusión, y en unos meses recibirá el Grammy Latino honorífico en La Vegas. Pero ayer Luz, en la soledad de su camerino, mascaba los nervios de una principiante. Quizá porque en su pueblo natal, simiente de todo, sigue siendo Mari Luz, la niña que ata a la cantante de éxito a la tierra.
Por Alberto Gómez Almendres
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