Sobre la hospitalidad
Restan apenas unas horas para que se abran las puertas del Festival. El comienzo de cualquier evento tiene a su vez algo de final, de suspiro balsámico tras meses de trabajo con el objetivo de tener todo a punto. Boimorto se convertirá, a partir de mañana y durante dos días, en el epicentro de un original puzzle capaz de encajar música, gastronomía y naturaleza.
Se trata de un espectáculo repleto de contrastes. Porque el Festival de la Luz ofrece el sonido eléctrico de las guitarras de todo un icono del rock español como Rosendo, pero también dispone de un espacio dedicado al ocio infantil. Porque su esencia es rural, como demuestra el mercado de la cosecha, pero sus infraestructuras son las propias de un acontecimiento levantado sobre las tecnologías más modernas. Así, lo que en principio puede ser susceptible de suspicacias se torna en su mayor virtud y en toda una conquista: amalgamar, con fluidez y naturalidad, conceptos de raíces tan diversas.
Los colores de las tiendas de campaña ya adornan el terreno colindante. Comienzan a llegar los primeros visitantes. También continúa el goteo de artistas; hoy ha aterrizado, procedente de Oslo, Chris Barron, a la sazón líder del mítico grupo Spin Doctors. Y, como un paraguas que cubriera todo, sobrevuela la hospitalidad de los vecinos de la zona. Acercan empanadas y bizcochos, información meteorológica y sonrisas. Se han convertido en anfitriones improvisados, y lo hacen con una generosidad que parecía olvidada en un tiempo pasado. Es el caso de Ángel y Cristina, guías insustituibles, o de José de Mogaga. Y de muchos otros. La implicación de todos ellos es el verdadero motor de este festival.
Por Alberto Gómez Almendres
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